Recuerdo que desde pequeña me llamó la atención la parábola del "hijo pródigo" , no podía (y sigo sin poder) entender que aquel padre le hiciera una fiesta al hijo que se había marchado y gastado todo y volvía sin nada. Le organizaba una fiesta de bienvenida y le mandaba al otro hijo , el que se supone "bueno" que le ayudara con la celebración ¡Qué justicia divina es esa ! le decía a mi padre cada domingo que se leía esa parábola.
Ahora soy yo la madre que limpia, arregla y hasta compra jamón cinco jotas para la hija veinteañera que vuelve a casa para esperar a los Reyes, y el padre me mira asombrado y me dice vacilón "¡se te ve algo nerviosa!"
Pues sí estoy nerviosa , y es que las relaciones a distancia son suaves y dulces sobre todo porque no tienes que ver ropa tirada, platos sucios o a tu hija en pijama a las tres de la tarde pero el tú a tú (one to one, que dicen en mi empresa) ya es otra cosa y tengo miedo a perder la paciencia y el flow, que he recuperado estos últimos meses. Ahora mismo escribo, mientras la hija pródiga duerme a pierna suelta ( 11:00 am) y ha dejado en la entrada de casa su maleta y veintiocho ( o treinta) bolsas de plástico con sus cosas las que trae de Irlanda y las que le han traído sus amigas de cosas que tenía desperdigadas; así que no llevamos ni 24h de convivencia y ya estoy al borde del ataque de nervios y quedan por delante cinco largos días.
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